Las ciudades del mar by Josep Pla

Las ciudades del mar by Josep Pla

autor:Josep Pla [Pla, Josep]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1942-01-01T00:00:00+00:00


Final

Han pasado unos años. Algunos, pocos años. Pero la juventud se ha ido. Auguste Renoir ha llegado a Florencia. Ha descendido en una fonda modesta. Después de una juventud muy dura, el pintor se ha abierto paso lentamente. Ahora está haciendo el viaje a Italia. Renoir no es un turista corriente. Al turista corriente le gusta todo mientras esté mencionado en el Baedeker. El diletante demuestra una curiosidad por todo —una falsa curiosidad, desde luego—, mientras ello no choque al ejercicio de su pueril vanidad satisfecha. Sin embargo, por estos caminos, no se va a ninguna parte. Cuando se tiene la ambición de hacer algo en la vida, hay que jugar una carta, hay que escoger francamente una ruta. ¡Hay que escoger! Ese es el gran problema.

Renoir ha llegado a Florencia. El aspecto del pintor es insignificante: un francés más bien bajo, flaco, rubio, con las primeras canas en la sien, los ojos azules, la piel rosada, las maneras directas de un despierto campesino. Renoir ha llegado a Florencia, ya muy avanzada la tarde, anocheciendo. Está un poco fatigado del viaje. Cena una friolera y no puede resistir la tentación. ¿Quién es capaz de quedarse durmiendo en la fonda la primera noche de llegar a Florencia? ¿Quién es capaz de resistir la tentación de Florencia? Por aquellos mismos años, en la época gloriosa de los mecheros de gas, llegaba también a Florencia, viniendo de París, Santiago Rusiñol. Con Rusiñol andaba otro fuerte y recio campesino —mucho más campesino que Renoir, desde luego—: Ignacio Zuloaga. Como Renoir, estos pintores llegaron a Florencia a noche cerrada. Tampoco pudieron resistir la tentación: se lanzaron en el laberinto desconocido de la ciudad inmediatamente. ¿Qué vieron? La noche era oscura, muy oscura, la iluminación de la ciudad debía ser muy pobre y primitiva. ¿Vieron algo? Sin embargo, al regresar a la fonda, ya de madrugada, Rusiñol escribió, para Sánchez Ortiz, una larga, ditirámbica exaltación de Florencia. Escribió una Florencia de noche, que está en uno de sus primeros libros. ¿A qué Florencia se refirió Santiago Rusiñol en este escrito? ¿A la que no pudo ver, por estar sumida en las tinieblas de la noche, o a la que llevaba ya de tiempo flotante en el espíritu? Lo mismo da. La ilusión lo hace todo —mejor dicho, casi todo— en la vida.

Renoir se ha lanzado también al laberinto de las calles florentinas. Vaga por ellas, husmea el aire, se acerca a las manchas de luz que los mecheros ponen sobre las paredes. Va sin rumbo, al azar. De pronto, se encuentra ante Santa Maria Novella. Desde la acera de enfrente —el famoso templo está en una de las calles de la ciudad más céntricas— contempla la fachada del edificio esbelto. La fachada está cubierta de mármoles blancos y negros que se entrecruzan, geométricos. Renoir siente una sensación extraña, como si le faltara un poco el aire. Siente un principio de asfixia. Continúa andando por las calles. Los mármoles blancos y negros de Santa Maria Novella se le convierten en una obsesión.



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